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‘Una lengua es una forma de entender el mundo’
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‘Una lengua es una forma de entender el mundo’

Hablar una lengua es habitar un mundo. Cuando reflexionamos un poco sobre lo que significa hablar, es un prodigio de la suerte que tengamos ese poder de enunciar y, con lo dicho, crear.

¿Qué lengua es mejor qué otra? Ninguna. Nuestra lengua materna es una decisión azarosa, así como el lugar en el que nacemos o quienes serán nuestros padres. Nunca es una decisión propia. Sin embargo, los diferentes procesos históricos y de poder han llevado a que ciertas lenguas se piensen “mejor”, “más civilizadas” o que “ayudan al progreso”.

Yásnaya Aguilar, en su libro Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística, recuerda cómo de pequeña la escuela bilingüe, donde se enseñaba en ayuujk, era de condiciones mucho más precarias y los profesores ganaban menos. Entendió que la palabra bilingüe tenía una connotación negativa. Cuando se mudó a la Ciudad de México percibió que la palabra bilingüe era una característica deseable y socialmente reconocida, pero porque se refería al hablar inglés y español.

“Entonces que me di cuenta de que el problema no era hablar dos lenguas, sino cuáles eran esas lenguas”, dice Yásnaya Aguilar. “Me di cuenta de que hay clases de bilingüismo, y al menos uno de ellos parecía ser indeseable: hablar una lengua indígena”.

De acuerdo con información de la Secretaría de Cultura de 2018, en México existen 68 lenguas indígenas. Y se hablan 364 variantes lingüísticas. Y existen casi 7 millones de hablantes de alguna de estas lenguas.

Si pensamos que, en el siglo XVI, de acuerdo con el libro De la A a la Z. El conocimiento de las lenguas en México, cuando llegaron los colonizadores existían 950 lenguas que representaron el 15 por ciento de las que había en el planeta. Podemos darnos cuenta de la magnitud de la desaparición de las lenguas durante estos siglos.

LA LENGUA ES UN MUNDO QUE HABITAR

Ana Alonso Ortiz es lingüista de la comunidad de Villa Hidalgo Yalalag, Oaxaca. Forma parte del colectivo Dill Yel Nbán, el cual busca promover, difundir y hacer acciones para el fortalecimiento de la lengua zapoteca. Nos habla sobre cómo las lenguas son una forma distinta de entender el mundo.

El tiempo, por ejemplo, “en lenguas romance o en inglés, se categoriza entre lo que sucede ahora, lo que sucedió antes y lo que sucederá después. En el caso del zapoteco, esta conceptualización del tiempo no se concibe en los tres tiempos que tiene el español”.

Tan radical es, que la concepción sobre el territorio y nuestra relación con él son transformados a través del habla de una lengua. Menciona Ana Ortiz: “Cuando decimos que una lengua es una forma de entender el mundo también estamos diciendo que hay formas particulares de acercarnos o explicarnos lo que nos rodea, porque cada nicho ecológico y lingüístico nos hace nombrarlo”.

El desgaste ecológico puede relacionarse también con la pérdida de la lengua, de acuerdo con Ana Ortiz. La forma no dominante que tienen de entender ciertas culturas sobre la naturaleza se ve reflejado en sus lenguas. Por tanto, reflexiona la lingüista, “en estas comunidades puede haber más respuestas sobre cómo frenar o elaborar una mejor relación con la naturaleza”.

Por ello, la desaparición de una lengua implica que “se está apagando la posibilidad de acceder al conocimiento desde los lentes de esa propia lengua y no desde los lentes que podamos imponer”, dice Ana Ortiz.

LA DISCRIMINACIÓN Y EL RACISMO CAUSAN LA DESAPARICIÓN DE LAS LENGUAS

Nuestras lenguas maternas pueden variar, pero la valoración de estas dependerá del contexto histórico, social y político en el que nos encontremos. Yásnaya Aguilar, en su libro Ää: manifiestos sobre la diversidad lingüística, apunta:

“Son muchas las razones para aprender una nueva lengua, pero solo hay una para querer dejar de hablar una, sobre todo si es la lengua materna: la discriminación a la que los hablantes de esta lengua han sido sujetos”.

La lingüista Ana Ortiz agrega al respecto: “El racismo también puede manifestarse en el momento en el que escuchas hablar a alguien y de inmediato piensas o asumes que esa persona no es hablante nativa de tal lengua. Entonces, en el nivel lingüístico, el racismo también existe al invalidar otras formas de hablar el castellano”.

Según comenta Ortiz, el racismo también puede ser institucional. Sobre ello refiere cómo las lenguas indígenas están reconocidas constitucionalmente como nacionales. Pero en la operatividad es prácticamente inaccesible la información y el ejercicio de derechos en las diversas lenguas indígenas.

Según datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi) y de la Secretaría de Seguridad de 2016, existen 7,011 personas de pueblos originarios en prisión. El 85.2 por ciento de ellas no tuvo acceso a un intérprete. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Personas Privadas de Libertad de 2016, el 99 por ciento de estos detenidos termina en prisión preventiva. Por lo que pasan su proceso en la cárcel sin ser sentenciados.

EN DEFENSA DE LA LENGUA MATERNA

Ana Ortiz relata que muchos de los procesos de castellanización implicaron la prohibición y discriminación hacia los ancestros por hablar una lengua indígena. Esto trae consigo la dificultad de que nuevas generaciones se sientan entusiasmadas con la continuación del hablar su lengua.

La lingüista hace hincapié en que en los procesos de conservación de la lengua quienes tienen la decisión son los propios habitantes, pero que el Estado puede volverse un factor en contra o a favor.

“Debe de haber una comunicación desde las instituciones públicas, digan: ‘tu lengua sí nos importa, sí puede existir en el espacio administrativo, educativo e institucional’. Y en ese sentido, hablamos de acciones coordinadas, no solo de acciones en forma de ley. Acciones más concretas, que se lleven a cabo en escuelas y oficinas”.

Lingüistas como Kenan Malik sostienen que las lenguas simplemente desaparecen porque dejan de serles útiles a sus habitantes. Sin embargo, Yásnaya Aguilar refuta en su libro que estas posiciones ignoran los contextos sobre los cuales se dan las desapariciones de las lenguas. No se trata de una utilidad en términos racionales económicos, sino de imposiciones de poder que discriminan y, muchas veces, obligan a dejar de hablar una lengua.

El hablar nos permite habitar el mundo cotidiano. El de las tares diarias, las charlas informales, los reclamos sociales, la transmisión de sentires. Como anuncia Yásnaya Aguilar, no se trata de creer con orgullo que tu lengua es mejor que otra:

“La respuesta es el disfrute cotidiano, tan cotidiano que es imperceptible, tan imperceptible que el orgullo no tiene cabida. Hay que cambiar las relaciones de subordinación para que cualquier otro lugar se convierta en espacio en los que sea posible hablar una lengua sin pena ni orgullo. Tan normal como respirar, respirar contentos”. 

Publicado en cooperación con Newsweek en español

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