Por Manuel Quaranta, de El Ojo del Arte
El arquitecto paraguayo Solano Benítez es reconocido como un verdadero “arquista” (una fusión de arquitecto y artista) y uno de los mejores de su generación. Su obra es profunda en su simpleza y atrae las miradas del planeta entero, al punto que hoy está al frente de la construcción de la primera sede del Centro Pompidou fuera de Europa, en la Triple Frontera. En una charla exclusiva con Newsweek Argentina y El Ojo del Arte, habla del impacto social del arte, el conocimiento humano, del futuro de la civilización y de su admirado Borges.
Solano Benítez nació en Paraguay en 1963, y en los últimos años su nombre cobró una enorme relevancia en el mundo de la arquitectura y el arte, especialmente desde que en 2016 obtuvo el preciado “León de Oro” en la Bienal de Venecia de Arquitectura.
A lo largo de su carrera, encabezó numerosos proyectos, pero tal vez el que mayor repercusión tomó sea el diseño y la construcción de la primera filial del Centro Pompidou fuera de Francia, nada menos que en la Triple Frontera (más precisamente en la ciudad de Foz de Iguazú).
En una charla exclusiva con Newsweek Argentina y El Ojo del Arte, habla sobre su obra y el conocimiento humano y analiza el impacto de las nuevas tecnologías, el arribo de la IA y los beneficios que estas pueden traer si se las utiliza con inteligencia.
Le pregunté a un amigo arquitecto de Rosario, ¿lo conocés a Solano Benítez? Y al responderme cometió un lapsus. “Es un arquista…”, me dijo. ¿Hay algo de cierto en este error? ¿Es usted un arquitecto artista?
-Yo creo que el principal problema que tenemos es que en la definición misma de arquitectura está la condición de arte, ¿no? Y, lógicamente, la arquitectura es una de las artes mayores. El asunto es que muchas veces aceptamos al mercado como placebo; entonces también como placebo de arquitectura aceptamos cualquier construcción de cualquier índole. Supongo que una sociedad es algo mucho más valioso y mucho más extenso de lo que puede llegar a verificarse a través de la noción de mercado. Y lo mismo ocurre con la arquitectura. Le Corbusier escribe en 1929 “Hacia una arquitectura”, y descubre que si repite varias veces un concepto que juzga interesante eso pega muy bien. (En ese instante, Solano recita de memoria un pasaje de Le Corbusier y, de pronto, parece poseído por fuerzas ignotas). Dice: “Utilizas la piedra, la madera y el metal y con esos materiales levantas casas, palacios. Esto es construcción, el ingenio trabaja. Gracias te doy como le doy las gracias al ingeniero de los ferrocarriles o de la telefónica, pero no han llegado a mi corazón. Sin embargo, las paredes se levantan en un orden tal que estoy emocionado, siento tus intenciones, sos dulce, digno, encantador o brutal. Me lo dicen tus piedras, mis ojos miran cualquier cosa que enuncie un pensamiento, un pensamiento que se expresa sin palabras sino por la relación de los volúmenes entre sí”. Estas relaciones no tienen nada de cálculo, son el lenguaje del espíritu junto a la materia prima y un programa más o menos utilitario que se ha superado, ha establecido relaciones que me han conmovido; esto es arquitectura, el arte está aquí.
(Profundizando su argumento, Solano se lanza a una disquisición sobre el conocimiento y la creación artística).
-El conocimiento es seguramente la invención. Si seguimos a Bertrand Russell, vamos a comprender que todo conocimiento es inexacto, incierto y parcial. Pero aun así el conocimiento es la manera como nosotros hemos logrado ir evolucionando, ir cambiando y transformándonos. Y en la producción de ese conocimiento aparecen dos protagonistas muy poderosos: los científicos y los artistas. Los artistas y los científicos intentan nombrar el mundo, observar la realidad y darle sustancia, darle sentido. Así que, claro, la condición del arte resulta central. Ahora, también es muy difícil definir qué es arte. Si vas al diccionario, tal vez la entrada arte diga algo como “un hacer excepcional”. Y quizás esta sea la condición más sintética que pueda vincular todas las artes.
Por otro lado, no existe arte sin emoción, y no hay emoción sin pasión. Somos seres emocionales que razonamos. Y la emoción es el disparo, es la fuerza que primero nos avisa que estamos ante algo que nos está alterando. La emoción, que es el motor que va mojonando el transcurrir de nuestro tiempo, inmediatamente nos dice: “Acá está pasando algo”. De ahí que pensar, investigar, analizar produzcan tanto gozo, emociones tan fuertes que movilizan extraordinariamente.
En su trabajo, el ladrillo, que suele ser de bajo costo, aparece como un elemento estructural. En la arquitectura siempre está latente la pregunta sobre la restricción de recursos. ¿Cómo lidia con ello? En una entrevista anterior usted señaló que el problema no pasa tanto por los recursos, sino por la imaginación. ¿Se puede pensar la imaginación como una forma de conocimiento?
-Claro. Algunos actores admiten que en realidad nosotros ya sabemos todo, pero a esto se le puede dar un giro y afirmar que en realidad somos capaces de imaginar todo. (Otra vez vuelve a citar de memoria, pero esta vez el antepenúltimo párrafo de “Pierre Menard, autor del Quijote”, de Jorge Luis Borges). “Pensar, analizar, inventar, no son actos anómalos, es la normal respiración de la inteligencia, vanagloriarnos de su uso eventual, recordar con incrédulo estupor lo que el Doctor Universalis produjo, no es sino confesar nuestra languidez o nuestra barbarie. Todo hombre debería ser capaz de todas las ideas y entiendo que en un futuro lo será”. (Le comento que es mi relato preferido de la obra de Borges, pero Benítez asegura que no es el de él, aunque no confiesa cuál)
¿Puede profundizar todavía más sobre ese concepto de “imaginación” y su poder?
-Si tuviéramos que definirnos como seres humanos diría que somos seres imaginarios, porque mi condición humana tiene un mínimo, que es dos. El individuo no es un ser humano por sí mismo. Mi humanidad arranca desde el momento en que entiendo que debo cuidarme para estar bien. En efecto, para ser humano se requiere entender -no que yo me ponga en tu lugar, no que me caigas simpático, no que yo te rechace-, implica el hecho de que yo me sepa vos, que yo me entienda como vos. Y ese mínimo, que es dos, se puede expandir hasta llegar a ser todos. Yo soy todos los seres humanos. Me preocupo por mí en el planeta, en este momento, en todos los que estamos vivos, en la herencia que recibimos y en la que dejaremos para el futuro. Entonces, el acto constitutivo de la condición humana es un acto imaginario. Somos seres imaginarios, porque nos imaginamos que somos, y que somos muchos. Como si estuviéramos poseídos. Pero no existe otra manera de entendernos como seres humanos. Y al mismo tiempo, la imaginación, esa fuerza tan poderosa que nos constituye, es la que hoy en día está absolutamente en entredicho.

Solano Benítez, junto a Noemí Blager y Tapio Snellma, la creadora y el director de la exposición y el documental “A Lot With Little”.
¿A qué se refiere?
-El 60% de la población mundial vive bajo la línea de pobreza; y, de eso, el 50% vive en la miseria. Solamente los que escapan a una fracción muy pequeña del 40% que queda por encima de la línea de la pobreza podría llegar a ser atendido por mi disciplina, por las condiciones que ha desarrollado mi disciplina para atender eficientemente las necesidades de los otros. Entonces, al mismo tiempo que hemos desarrollado este sistema de eficiencia en el relacionamiento con los otros, hemos desarrollado la indiferencia, es decir, a ver al otro no como humano, sino más bien como enemigo. La crisis que tenemos hoy en día no es de falta de recursos, porque los recursos son siempre los mismos (nada se crea, todo se transforma). Ni tampoco por falta de conocimiento, porque hoy en día sabemos mucho más de lo que con anterioridad hemos sido capaces de entender.
Nuestra gran crisis es la de la falta de imaginación. Dado que tenemos lo que tenemos y sabemos lo que sabemos, no somos capaces de inventar nuevas formas de existir que nos permitan barrer con estas diferencias, dar un siguiente paso, reestructurarnos de otra forma. Entonces, ¿qué es lo que está en crisis realmente en nuestro tiempo? En nuestro tiempo, estamos súper distraídos, estamos absolutamente embelesados en el consumismo de imágenes, de noticias, de rumores, de objetos, etcétera, y hemos declinado la posibilidad de imaginarnos por fuera de los límites del hoy.
Usted tiene a cargo el diseño del Pompidou para Foz de Iguazú, que se inaugurará en 2026. ¿Tomó algo del original? ¿Se basó en algún atributo del Pompidou parisino para diseñar el nuevo? ¿Las autoridades del Pompidou le han puesto alguna condición?
-La segunda ciudad más visitada del Brasil es Foz de Iguazú, por la cantidad extraordinaria de gente que viene a ver las Cataratas. Así que la Gobernación del estado de Paraná, cuya capital es Curitiba (no Foz de Iguazú), comenzó un proceso para modificar el estado de cosas. Eso se puede hacer por varias vías, pero a mí la que me interesa es precisamente la visión política del futuro: cómo en un mundo tan cambiante, tan acelerado en sus procesos y sobre todo tan creciente en el número poblacional podemos darles herramientas a las personas. Nosotros ya no llegamos a generar la suficiente cantidad de estructuras o instituciones para fomentar la enseñanza, entonces, evidentemente, se puede abreviar todo ese proceso procurando no centrarse en la instrucción, sino poniendo énfasis en el aprendizaje, en cómo nosotros podemos hacer que la gente aprenda más rápido. La cuestión no es dar instrucción para que puedan adaptarse a un mundo tan cambiante, sino facilitar los procesos de aprendizaje. Y en ese camino de facilitar los procesos de aprendizaje, si el arte es una de las condiciones que motiva la producción de conocimiento, los museos son lugares donde el aprendizaje llega masivamente. Por eso, me gusta pensar al museo como unidad de aprendizaje. Lo peor que podemos hacer es tener malos museos, porque perderíamos la batalla contra TikTok, donde es imposible tratar de razonar o entenderse, ya que es una estructura que está hecha para perderse, para aniquilar el tiempo, o para someter a las personas.
¿Cómo debe ser entonces un buen museo?
-Un buen museo es un gran lugar de aprendizaje. Y no solo en el sentido de acervo de obras, sino también como un lugar donde se pueda funcionar precisamente desde la participación de las personas y ponerlas en contacto con toda aquella expresión; no que promueva la erudición, sino que muestre a todo el mundo los procesos artísticos, cómo alguien ha sido capaz de hacer tal y cual otra cosa, pero no para que aprenda esa nueva receta: estamos hablando de la transformación del mundo. La presencia del Pompidou permite esa transformación. Habrá un museo en la selva misionera del Iguazú, del Alto Paraná, para todos aquellos que quieran aprender. Se van a ver ahí, al lado de la selva, a Picasso, Dalí y toda la colección de artistas contemporáneos que se puedan incluir dentro de algún concepto curatorial. Todo esto es parte del proceso de seducción. O, mejor dicho, es tratar de involucrarnos en un camino que ellos encontraron y que no tuvo nada que ver con una cuestión de costos, sino sobre la posibilidad de construir juntos. ¿Podemos transformar esto juntos? ¿Se animan a venir a estar acá con nosotros? ¿Podemos empezar un proceso para hacer algo sea potente para la región? Así se iniciaron las conversaciones: un poco con el apoyo de la gente de cultura de la Gobernación de Paraná y con todo el equipo de la Pompidou. Y en ese proceso arrancó también la danza de nombres. En algún momento quedamos 30 y me dicen “Solano, estás”. Luego 10. Más tarde 5. No lo podría creer. Lógicamente, el participar de ese selecto grupo fue una cosa muy interesante. Yo no estoy muy acostumbrado a estar en el centro, al contrario.
¿Y cómo afronta ese desafío?
El desafío es enorme, las condiciones son difíciles porque en todos los lugares hay estructuras establecidas. De todas maneras, en ningún caso, ninguna estructura es a priori prohibitiva. El desafío consiste en contestar a todos los requerimientos (contractuales, arquitectónicos, sociales, filosóficos) con una obra que esté al nivel de los estándares del Pompidou, al nivel de los ideales políticos de transformación de una gobernación y al nivel de solución de muy corto plazo que dé señales positivas respecto a la aparición del museo.
Durante la entrevista usted demostró una gran pasión por la arquitectura, pero queda claro que demuestra una pasión mayor aún por la filosofía, por trazar una reflexión sobre el mundo.
-Yo me convertí en abuelo hace pocos meses. Mi nieta se llama Renata, y digo esto por el tema de la responsabilidad de entender la sucesión, entender que un pedazo de mis padres ahora está vivo porque parte del ADN, de la estructura, que partió de allá, pasó por mí, luego llegó a mis hijos y ahora a mis nietos. Sigue siendo la misma estructura, sigue siendo el mismo mundo, sigue existiendo el desafío de tratar de vivir una vida extraordinaria, como el arte. ¿Cómo ser capaces de construir principalmente esa sociedad que nos permita vivir mejor? Y, si verdaderamente estamos hechos de los otros, lo mínimo que tenemos que tratar de construir es la capacidad de comunicarles a los otros nuestro legítimo y genuino interés de participar con ellos de la transformación de las cosas. Y eso no se consigue a través del discurso de la indiferencia. Y no se construye tampoco a partir de la exposición exponencial a las redes, con la cantidad de horas de Instagram, TikTok, o con la cantidad de imágenes que somos capaces de consumir. Requiere todo el tiempo la necesidad de construir el mundo, de darle sentido a las cosas y, mundializando todo, permitirnos un lugar y un tiempo mejor para todos. Así que es el tiempo de mi nieta, es el tiempo de mis hijos adultos, es el tiempo de disfrutar todavía de mi madre ya anciana. No es que vea que nos esté yendo tan bien como humanidad, ni que tenga la ilusión de disfrazar todo lo malo, pero sí siento que podemos sumar un granito de arena a la posibilidad de transformar las cosas.
(*) Las fotografías de la obra de Solano Benítez son capturas de pantalla en alta definición del documental “A Lot With Little”, basado en la exposición del mismo nombre, liderada por Noemí Blager. El director del film es Tapio Snellman.