Los trabajadores surcando los andamios con su carga al hombro, las columnas de humo de las fábricas, las olas del río a punto de golpear los barcos, la luz difusa, todo parece detenido en esta obra maestra del genial pintor argentino. Pero todo está en movimiento y mantiene un “orden infernal”. De la mano de El Ojo del Arte, un análisis pormenorizado y una interpretación del cuadro del artista que retrató la dura vida portuaria en la primera mitad del siglo XX y allí supo encontrar la belleza.
Por Manuel Quaranta, de El Ojo del Arte
En una reciente inauguración de la Fundación PROA le comenté a la crítica de arte Victoria Verlichak que estaba escribiendo (o iba a escribir) sobre Benito Quinquela Martín. Nos encontrábamos, justamente, a metros del museo que lleva el nombre del pintor nacido en La Boca. En el medio de la conversación, Victoria saludó a Víctor Fernández, director de dicho museo y le contó mi plan.
Ambos se lanzaron entonces a rememorar la leyenda de Quinquela Martín, quien fue abandonado el 21 de marzo de 1890 en la Casa de Niños Expósitos (huérfanos recién nacidos), en la actual Casa Cuna, y allí se fijó su fecha de nacimiento por aproximación: el 1° de marzo. Ese día, surgido de cálculos e intuiciones, Quinquela Martín festejaba su natalicio.
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En ese orfanato vivió su primera infancia. Después lo adoptarían unos padres mitad europeos, mitad indígenas, y se volvería el artista que fue (casi profético, el gran maestro Pio Collivadino le dijo en la adolescencia: “debes aprender a pintar para conocer el mundo”).
Vale la pena hacer un breve repaso de la información que circula sobre Quinquela. Su obra se suele dividir en series: “Días luminosos”, “Días grises”, “Serie del fuego” y “Cementerios de barcos”. En todas aparece el paisaje de La Boca o algún elemento característico del barrio: la cúpula de la iglesia San Juan Evangelista, el Puente Transbordador, el viejo Puente Pueyrredón de Barracas.
Ese lugar común ubica a Quinquela como un “pintor de La Boca”, barrio donde realizó todas sus obras. Y esas obras –sigue afirmando el lugar común, con bastante razón– representan el puerto, los barcos, los astilleros, las grúas, los obreros, el trajín de una vida dedicada al trabajo. Sin embargo la producción de Quinquela, además de describir un estado de cosas, era la inyección de ánimo necesaria para esa comunidad castigada y laboriosa.
Por estas particularidades se dice que la obra de Quinquela “refleja el trabajo del hombre en el puerto y en los astilleros”. La obra como reflejo, reproducción, mímesis.
Pero qué tal si le damos una pequeña vuelta de tuerca al tema y observamos en los ambientes y climas “quinqueleanos” algo más que el intento de reflejar una supuesta realidad exterior. Podemos entonces postergar por un rato lo ya sabido sobre el pintor y descubrir en sus obras los elementos invisibilizados (o invisibles, es decir, invento más que descubrimiento).
En las pinturas de Quinquela se impone algo del orden de lo infernal, del sacrificio, de la muerte. El trabajo como yugo, en el sentido productivista (y no hegeliano) del término. Tal vez un amor-odio por aquello que nos mata lentamente y nos permite vivir. Asimismo, podemos comprobar un componente opaco en los personajes sin rostro. Son seres activos, pero sin rasgos definidos, siempre yendo y viniendo, realizando tareas interminables, como una tortura sin fin. Como canta el Dante en la “Divina Comedia”: “Chi e` costui che sanza morte va per lo regno de la morta gente?” (“¿Quién es aquel que sin estar muerto camina por el reino de los muertos?”).
Inevitablemente, frente a los cuadros de Quinquela –sugestionado tal vez por esta línea hermenéutica– surgen dos evocaciones. Sigamos la cronología. Una es “La parábola de los ciegos” (1568), de Pieter Bruegel, donde un grupo de ciegos confía en las indicaciones de otro ciego que los conduce al precipicio y la posterior caída; y la otra es la película “El séptimo sello” (1957), de Ingmar Bergman, la escena de la muerte danzando junto a sus fieles. La descripción del personaje que contempla el espectáculo merece una cita: “Los veo. Sobre ellos se cierne el cielo tormentoso. Suben juntos el monte. Van el herrero y Lisa, el caballero y Raval, y Jöns y Jonas. La Muerte severa los invita a danzar. Van cogidos de las manos. Y, bailando, forman una larga cadena: delante va la mismísima Muerte con su guadaña y su reloj de arena. El último es Jonas, lleva su laúd y camina de espaldas. Ya marchan todos, huyendo del amanecer, en una solemne danza hacia la oscuridad. Mientras, la lluvia lava sus rostros surcados por la sal de las lágrimas”.

Hundimiento del Santos Vega (1946), de Benito Quinquela Martín. Óleo, 200 x 164 cm, Museo Nacional de Bellas Artes (Fundación Benito Quinquela Martín)
No sé si fuerzo demasiado la significación de las imágenes pero a mí no me parece alocado relacionarlas e indicar que en Quinquela hay algo más que algarabía y contrición por los compañeros de ruta. Y no me refiero sólo a la representación de los trabajadores, sino a los elementos formales de la pintura, líneas, trazos y colores.
Víctor Fernández, director del museo Quinquela, opina: “No solamente un uso del color que lo alejaba de muchos preceptos académicos provocando un rechazo por las élites de la crítica culta porteña, sino que su representación va a estar cimentada en el uso de gruesas capas de materia que tomaba lo que era el volumen del objeto representado. El óleo aplicado con espátula va enfatizando esas direcciones y esos volúmenes. Él mismo describía su trabajo diciendo que ‘para una obra muy grande podía llegar a tardar una jornada de trabajo, después de haberla macerado en su alma durante varios meses’”.
Otra referencia (desviada de la línea argumentativa principal, pero clara) es Claude Monet. Revisemos mentalmente “El gran canal” (1908): mucha agua impresionista, detrás la cúpula de la Basílica de Santa Maria della Salute y un par de parantes dividiendo el plano; la visión final resulta diáfana. Al lado de Monet ubiquemos (siempre mentalmente) la pintura “Chimeneas” (1930), de Quinquela, en la que se distingue al fondo la cúpula de la iglesia San Juan Evangelista, y en primer plano los trabajadores anónimos en la ardua jornada laboral que impiden, junto a los mástiles de los barcos, la observación directa del edificio. Si miramos al unísono ambas pinturas no caben dudas de que comparten un lejano aire de familia. Pero, ¿qué quiso Quinquela? Postular una imaginaria Venecia vernácula. La Boca como la Venecia de los trabajadores. Bello gesto.
“ELEVADORES A PLENO SOL”
“Elevadores a pleno sol”, la obra del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes que hoy nos convoca, es una pintura de 1945, descollante, tenebrosa; los trabajadores transportan mercancías mientras las chimeneas humeantes, a todo vapor, arman la escenografía. La pintura tiene ritmo, cadencia, un movimiento esplendoroso de zigzag y, al mismo tiempo, es una pintura alienante y oscura.

“Elevadores a pleno sol” (1945), de Benito Quinquela Martín. Óleo, 200 x 164 cm, Museo Nacional de Bellas Artes (Fundación Benito Quinquela Martín)
La profusa columna de trabajadores vibra, danza, baila, todo se mueve en función de representar el dinamismo del puerto y a los obreros entregando la vida por una causa que no es la de ellos. Las fábricas a pleno, la imparable vida urbana, la revolución industrial. Lo que prima en la pintura es el tránsito, el pasaje, como si esos obreros no pudieran relajarse nunca, como si esa parte de la ciudad estuviera funcionando las 24 horas.
¿Y si más que una pintura la obra de Quinquela es una película detenida, una escena dispuesta a volver a moverse en cualquier momento? ¿Y qué me dicen del sonido que podríamos escuchar en caso de concentrarnos en la escena? ¿No se escuchan, allá lejos y hace tiempo, el ruido de los barcos, las chimeneas, el rebote del agua, los gritos de los trabajadores?
La conclusión es quizás exagerada: Quinquela, en verdad, está más cerca del cine que de la pintura, porque a esta pintura le falta apenas un respiro para adquirir movimiento en sentido cinético.
Benito Quinquela Martín falleció el 28 de enero de 1977, e ignoro si le hubiese gustado esta interpretación.
PATRIMONIO PROTEGIDO
La Fundación Benito Quinquela Martín, una ONG integrada por familiares y amigos del maestro, tiene como misión preservar y difundir su obra pictórica y su legado, pero también realiza una importante tarea de ayuda social para “ayudar a otros a crecer y desarrollar sus potencialidades”.

Benito Quinquela Martín (Foto: Fundación Benito Quinquela Martín)
Para ello, la Fundación realiza capacitaciones, donaciones, intervenciones solidarias entre instituciones y demás actividades que se sostienen con el aporte solidario y con la financiación de los productos de la Marca Quinquela.
Además, ha permitido ilustrar este artículo de Newsweek Argentina gracias a la generosa cesión de las imágenes de sus cuadros y de él mismo, y de los derechos legales correspondientes para su publicación.
Para obtener más información, se puede visitar el perfil en Instagram (@fundacion.quinquela) o su página web (www.fundacionquinquela.org.ar).